Mientras estaba en el hotel, dando vueltas al paradero de Ernest y en qué estaría ocupado, un pamplonica llamado David se acercó, preguntando si me encontraba bien. Le expuse la situación y me explicó que Pamplona es un pañuelo, así que no tenía que preocuparme. Al final seguro aparecería el colega perdido.
Para que me relajara me propuso disfrutar de una tradición sagrada, para los pamploneses en sus fiestas: el vermú.
David había quedado con su cuadrilla en un bar de san Nicolás, pero como tenía prisa, decidimos quedar directamente en el local. Para encontrarles debía buscar el único bar de la calle con un vigilante en la puerta 24 horas/365 días al año, que nunca se moja ni pasa frío.