Hasta los ladrones tienen sentimientos, hasta los asesinos se enamoran. Ella era su mujer y Laura era su nombre: un metro ochenta, melena rubia impenetrable y labios rojos del color del fuego, todo eso sin contar los ojos más azules que había visto en mi vida y una inteligencia tan sutil como inigualable. El soplón consiguió su teléfono y tras unas copas con poco hielo en una de las muchas tabernas que abundan por aquí fui a mi cita con ella para intentar sacarle información.
Habíamos quedado en el Kiosco, pero al llegar me fallaron las piernas. ¡se las había arreglado para drogarme! Al despertarme solo recuerdo su sombra alargada y el rastro de su perfume… y cómo se giraba una ultima vez para decirme: a tu lado hay un sobre cariño, hasta siempre.
Me incorporé, abrí la carta y pude leer: Luis Solía reunirse con sus cómplices en un local de esta plaza, no recuerdo el nombre, pero sí que junto a él se encontraba la única columna redonda a todas las que rodean el lugar.
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*La clave debe ir escrita toda en minúsculas y sin acento