El viejo marinero estaba en lo cierto. Nuestra búsqueda acababa de comenzar. Tras levantar el pesado tablero de ajedrez del suelo y casi consumido ya por la humedad, un viejo cofre de madera podrida vio la luz de nuevo. Dentro de él se hallaba un sobre lacrado con el emblema de la marina real. Al abrirlo y con asombro pudimos leer después de más de 400 años la letra que daba voz al Almirante Oquendo. Decía así:
Para purgar de todo mal a tan innoble oro, conseguido con traición y sangre y maldito por aquél que lo robó, Yo, Antonio de Oquendo y Zandategui, servidor leal del rey Felipe IV y almirante general de la Armada del Mar Océano, tras caer en mis manos el Oro del Dorado, y para que este no causara más mal a los hombres, decidí santificarlo y ocultarlo para divina gracia de nuestro señor bajo su clemencia, donde recibí el primero y más importante de todos los sacramentos.
Estas fueron las palabras que con tinta negra leíamos mientras el aire las descomponía y las iba borrando. Tras examinar detenidamente línea a línea la carta, hemos llegado a la conclusión de que uno de los últimos paraderos de el tesoro de Lope y Oquendo fue esta iglesia y que quizás se halle enterrado bajo algo de ella.
Es hora de revisar archivos conocidos y de dar una vuelta por San Vicente para intentar descubrir quizás uno de los supuestos escondites del oro.
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*La clave debe ir escrita toda en minúsculas y sin acento